20/9/09

Bajo el mismo arcoiris




Bajo el mismo arcoiris
Su mayor sospecha se había confirmado, estaba embarazada y no cabía duda de ello ya que esas pruebas tenían un 99% de fiabilidad, y por más que pensara que ella podía pertenecer a esa mínima estadística restante, el resultado era el que tenía ante sus ojos.

El mundo se le vino encima aplastándola por completo mientras mil preguntas se agolpaban en su cabeza… ¿Cómo pudo pasar? ¿por qué? Y así se iban sucediendo las interrogantes. Tan sólo contaba diecisiete años, aún faltaban unos meses para cumplir la mayoría de edad y no había acabado el instituto. No sabía qué hacer y las opciones que se le cruzaban por la mente, estaban enfrentadas con las sensaciones que habitaban su corazón, algo inexplicable que no lograba entender muy bien.

La noticia le cayó como una bomba, y en presencia de su hermana y su madre, comenzó a llorar sin saber qué hacer. Su madre, una mujer bastante liberal y de mente abierta, le dijo que todo se podía arreglar, pero que habría que hablar con el padre de la criatura, dando por sentado que se trataba de aquel novio que tenía y al que su madre nunca miró con buenos ojos, por ser demasiado mayor para ella y por estar comprometido. Tal vez esas advertencias maternas deberían haber sido suficientes para que le olvidase, pero en contra de eso, cuando más la intentaban apartar de él, más se aferraba a esa relación. Le quería, se sentía segura y protegida a su lado, y aunque con muchos altibajos, ya hacía dos años que se expresaban su amor casi a diario; para ella, el primero, para él... ¡quién sabe!

Con el lógico miedo, confesó que no era él el padre; que una noche de fiesta que habían discutido después de sentirse engañada y traicionada, lo desencadenó todo. El dolor y la impotencia de aquella infidelidad le cegó e hizo que le devolviera el agravio con un chico al que apenas conocía. Se emborrachó casi hasta perder e conocimiento, y no midió las consecuencias posteriores. Debió pensar que por una vez no pasaría nada, y ahora que ya estaba todo hecho, tenía que decidir cómo afrontar el tremendo problema que se le venía encima, como bien lo había definido su madre.

Con esa vida creciendo en su vientre, empezaron a planear lo que podrían hacer, sin escatimar en medios ni en opiniones ajenas de todos los gustos y colores que más que aclararle nada, lo que hacían era confundirla aún más.

Hasta su amiga del alma, aquella chica tímida que compartiera pupitre con ella desde hace tantos años, era incapaz de aconsejarle otra cosa que no fuera provocar un aborto.

No pasaron muchos días hasta que se enteraron las “tías” de la capital. Cada una a su manera quería ayudar. Una de ellas sabía de un remedio infalible para eso, otra opinaba que debería decidir ella lo que era mejor, la otra alegaba que era muy joven y se arruinaría la vida... Pero dentro de ella algo estaba creciendo y cada segundo que pasaba se sentía más unida a ese pequeño ser que se formaba en su interior. Trataba de imaginarse con un niño en los brazos y aunque ella misma se reconocía muy joven para ser madre y no lograba verse en un futuro con un retoño deambulando por la casa mientras la llamaba mamá, la sola idea de tener a alguien con quien compartir su vida, seguía reafirmando su teoría interna de que lo mejor era dejar que la naturaleza siguiera su curso sin interrumpir ningún proceso. Los días iban pasando confundida entre presiones externas y razonamientos que apuntaban a que lo más sensato era mirar por ella misma, así que pensó en seguir los consejos de quienes parecían preparados para decidir por ella, y alentada por su madre optó por deshacerse de aquel problema que tanto le atormentaba.

Probó primero con un hervido de hierbas algo extrañas, consejo de una vecina que decía entender mucho del tema. Con el corazón compungido tragaba sorbo a sorbo aquel brebaje que eliminaría esa vida, esa criatura que a pesar de todo ella sentía tan suya. El brebaje, además de resultarle asqueroso al gusto, le provocaba un intenso dolor, y acostada en su cama bebía y bebía aquel líquido asesino. Dicen que el destino tiene mucha fuerza, y lejos de conseguir el resultado esperado, el embarazo seguía adelante mientras aquel ser parecía aferrarse a la vida y a ese espacio materno que se resistía a abandonar. Aquello le hizo meditar de nuevo y así empezó a descubrir un inmenso cariño por aquel proyecto de vida que en contra de todas las voluntades se formaba en su interior, ajeno al mundo. El segundo intento fue mucho más drástico. Faltaban sólo unos días para que cumpliera su mayoría de edad, una fiesta que en Chile, su país natal, se celebraba por todo lo alto, y su madre y sus tías habían decidido por ella que la mejor forma de celebrarlo era volviendo a ser libre, sin ataduras que le arruinaran la vida. Esta vez comprarían una inyección letal denominada “toque final” que acabaría con el feto en pocas horas. Se exponía, eso sí, a una intensa hemorragia, en cuyo caso habría de ingresar en el hospital más cercano y jurar una y otra vez que ella no había hecho nada para provocar aquello y que ni siquiera sabía que estaba esperando un hijo, ya que las torturas en aquellos casos eran horribles y el aborto, un delito castigado por la ley.

Fueron días de angustia en los que las horas se hacían interminables y las noches se convirtieron en sombras de fantasmas despiadados que gritaban sin descanso, como si pudieran leer en su propia conciencia y fueran deletreando cada uno de los sentimientos que la habitaban. No, no quería perder a ese ser diminuto que se aferraba a la vida desde su vientre, propiciándole sensaciones tan contradictorias. Aquellos días de incertidumbre y soledad habían servido para estrechar vínculos con aquella criatura que latía en su interior y a la que ya reconocía como suya.
Era consciente del cambio de vida que la aguardaba, con una dosis de inmadurez correspondiente a su edad y sin muchos medios para subsistir por sí misma. Sabía que nada volvería a ser lo mismo, que a partir de entonces ya no podría pensar por ella sola, y que debería reunir los recursos y las fuerzas suficientes para proporcionar a aquel niño la protección que se espera de una madre. El panorama que se desplegaba ante ella, con la mayoría de su familia en contra, no era muy alentador. Estaba segura de que no iba a ser fácil, pero sabía que era capaz de reunir el coraje y el aplomo necesarios para intentarlo. En su interior se estaba gestando el mejor regalo que la vida puede hacerle a una mujer, lo único que iba a tener definitivamente suyo. Puede que a ella se le hubiera anticipado la fecha, pero había decidido ser madre por encima de todo y de todos.


Por fin había llegado el día señalado y los preparativos ya estaban casi a punto. Con miedo, y aún sin saber si lo que había decidido era lo mejor, alzó la voz entre todos aquellos que se promulgaban directores de su propio destino, y se atrevió a expresar con voz temblorosa: ¿Y si no aborto? El silencio reinó en la habitación durante algunos segundos, y antes de que a nadie le diera tiempo a responder, prosiguió diciendo: Al abuelo no le gustaría que lo hiciera, y estoy segura de que después de reñirme, me hubiera apoyado en esto hasta el final.

La figura del abuelo, como un hombre serio, bueno y noble que había ejercido el patriarcado de la familia fielmente hasta su muerte, pesaba aún demasiado en todo ellos, y, seguramente guiados por ese respeto que aún les imponía su recuerdo, se sintieron incapaces de contradecir aquel argumento, que por otra parte parecía tan contundente. De pronto, todos aquellos que hasta hacía unos minutos se perfilaban como sus mayores enemigos, se transformaron bajo la grata sensación de unas cuantas manos extendidas que brindaban por fin sosiego y apoyo y que prometieron ayudar no sólo hasta el feliz término del embarazo, sino después.

Corría el mes de marzo, y Cynthia, comenzaba a sentirse segura después de mucho tiempo. Era como si hubiera recuperado su identidad, su dignidad de persona y de mujer, y aunque los cambios en su cuerpo ya se hacían notorios y el cansancio se empezaba a hacer latente, su derecho a ser madre la había convertido en muy poco tiempo en una mujer más segura de sí misma, más capaz y mucho, muchísimo más fuerte. La ecografía había desvelado que sería un varón lo que nacería en apenas unos meses, y la mezcla de sensaciones entre incertidumbre e ilusión, le aportaban todas las fuerzas necesarios para mirar al futuro con optimismo y seguir luchando por muy cansada que se encontrase.

Combinaba perfectamente los cambios externos en su vida, con los internos que se iban produciendo en su cuerpo, y siguió asistiendo diariamente a clase para terminar la enseñanza obligatoria y disponer de un título que le pudiera abrir alguna puerta más el día de mañana, y así continuó hasta concluir el embarazo que coincidía casi también con el final de curso.
Sebas se resistía a nacer y se retrasó más de una semana de la fecha prevista. Fueron ocho días de intensas lluvias, y, como si el destino hubiera decidido aplazar aquel alumbramiento que no necesitaba de más días nublados, vino al mundo a las once y media de la mañana de un domingo en el que lucía un sol radiante, como si las fuerzas de la naturaleza se hubieran predispuesto para iluminar aquel, su primer día de vida, en un hermoso preludio.


Fue un parto complicado en el que, tras largas horas de dilatación, hubo que recurrir finalmente a la cesárea. Con los ojos muy abiertos, llena de miedos, pero sembrada de esperanza, por la mente de Cynthia pasaban como en una película todos los recuerdos de esos meses que precedieron a aquel momento. Parecía hasta irreal que a su corta edad y en sólo unos días, fuera a salir del hospital con un bebé entre los brazos. Todas las lágrimas que había derramado durante los nueve meses, quedaban atrás como si de un mal sueño se tratase y ahora sólo podía pensar en el futuro, un futuro que aunque incierto, estaba segura de que sería muy agradable. Absorta en sus pensamientos, sintió un leve llanto que distrajo su atención y casi sin darle tiempo a formular ninguna pregunta, sintió al médico exclamar: ¡Por fin, un robusto niño!
Aquel llanto se hacía cada vez más intenso al unísono que recorría la distancia desde el vientre a los brazos de Cynthia, que le aguardaban con impaciencia, ansiosa por acunar a ese nuevo ser al que tanto había esperado y que sería a partir de ahora su principal razón de vivir y su mayor desvelo. Unos inmensos ojos negros la observaban fijamente, como intentando estudiar cada centímetro de piel de la que de ahora en adelante sería indiscutiblemente su madre por decisión propia, y por la mejilla de Cynthia se deslizaba una lágrima con sabor a victoria, mientras que le ofrecía su pecho para amamantarle.
Esta vez las lágrimas eran dulces, casi musicales, y la sensación de Sebas succionando su pezón por primera vez, hizo que el resto del mundo dejara de existir para convertirse en un pequeño universo diseñado exclusivamente para madre e hijo.


Atrás quedaban las dudas, las largas horas de soledad, las confidencias con la almohada, las lágrimas amargas, los comentarios malsanos, las críticas, las reprobaciones, los consejos erróneos y los otros... Ahora, un hermoso calidoscopio de bellas formas se desplegaba ante sus ojos dejando aparcadas todas las tormentas del pasado. A partir de ahora no importaba cuanto lloviese si al salir el sol podían contemplar juntos desde el jardín el mismo arco iris...

Hoy, nueve años después, sigo apostada en el jardín en los días nublados, contemplando la lluvia de la mano de Sebas, y confieso que ha habido algunas tormentas desde entonces, pero las hemos sostenido bajo el mismo paraguas. Seguimos mirando en la misma dirección el arco iris y desde que aquellos inmensos ojos negros me observaron por primera vez, no he vuelto a saber lo que es sentirse sola. Hoy, soy una madre feliz que mira al futuro con esperanza. Mi mejor melodía es esa voz infantil que impregna todas mis estancias, y puedo confesar sin ningún lugar a dudas, que mi mejor decisión fue ser su madre.


Cynthia Gallardo
Derechos Reservados



Parada estaba como si la vida se hubiera ido por otro lado, dejándola atrás. El tiempo encogido de hombros. La estadística no falló. Dejándola sin pulso, sin hora, sin día. Estaba el destino alrededor, sin prisa, atrapado con ella en el suceso, en una tela de araña. No entendía las explicaciones que le daban. Tendida, revuelta, alejada de cuanto era. Todo como una niebla o un borbotón de agua arrollando su mente. No existen pasos que le devuelvan el regreso. Aquel día nefasto de nubes y claridad inocentes había tomado sin saber un autobús a trescientos kilómetros por hora.

La velocidad alcanzada nada tenía que ver con la prisa, simplemente porque se sentía paralizada, con cierto miedo de alcanzar su destino. Dudando si en realidad, el destino se puede alcanzar, o si una vez alcanzado, le sería posible reconocerlo como propio.

Podría ocurrir que estuviera en otra parte de sí misma, contemplando lo oculto. Así, quieta, apresada, sin sentir que no sentía, sin carga que temblara. Y, sin embargo, perdida en su cerebro, otra vida trepaba como fiebre, desde su vientre.

La fiebre subía por encima de sus cabellos. La vislumbraba alta como una nube apretada en feliz sueño. No había duda, en su interior, algo ardía sin remedio.

Nada más, salvo ella y el silencio. Su respiración jugaba a dejarle un temor que no era un temor, una angustia que no era una angustia. Pensamientos que se desvanecían aun siendo tentadores. Caminaba por el filo entre una nueva vida o la nada. Apenas un centímetro y le oía respirar, allá abajo, al fondo, tan lejos, y a la par, tan cerca, dentro del alma. Respiraba, ella sentía una realidad, no un sueño o limbo. Un sentimiento dentro de su mente calmó sus pensamientos. ¿Tomar medidas? pensó burlona para dentro suyo, jamás.

Quien podría decir que nueve meses más tarde, sólo nueve meses más tarde, el amor sería un río que lo enfangaría todo llevándose dudas, soledad o temor.

Tras un alumbramiento arduo y espinoso el autobús se detuvo. Nuevos días colgaban del iris en aquellos ojitos negros. Templaba de nuevo el tiempo al borde de sus manitas. Sólo era levantase y comenzar otra vida. Estaba el arco iris del jardín en las alturas, vigoroso aunque se le apreciara la tristeza gris de un posible invierno, nada comparado con el júbilo de luz en los ojos de una madre.

Inútilmente, quizá inútilmente soñó que daría a luz a los dieciocho años. Alrededor de su cuerpo desnudo se abrazó un niño manchado de nacimiento. Juntos partían hacia un destino incierto. Lloraba el niño. Lloraban los dos por lo desconocido. Era día pleno. Sus dieciocho años habían sido barridos hacia un horizonte extraño. El amor le habitaba el cuerpo, colmándola de gozo al sentir la cabecita redonda del niño sobre ella. Madre e hijo, dejándose mecer por las nubes mientras avanzaban hacia el arco iris en un cielo puro que parecía esperarlos. Se llamaba Cynthia Gallardo pero de él, ella os dirá su nombre.

Con cariño para Cynthia... Engel

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