23/8/10

Un regalo que me ha llegado al alma




Parada estaba como si la vida se hubiera ido por otro lado, dejándola atrás. El tiempo encogido de hombros. La estadística no falló. Dejándola sin pulso, sin hora, sin día. Estaba el destino alrededor, sin prisa, atrapado con ella en el suceso, en una tela de araña. No entendía las explicaciones que le daban. Tendida, revuelta, alejada de cuanto era. Todo como una niebla o un borbotón de agua arrollando su mente. No existen pasos que le devuelvan el regreso. Aquel día nefasto de nubes y claridad inocentes había tomado sin saber un autobús a trescientos kilómetros por hora.

La velocidad alcanzada nada tenía que ver con la prisa, simplemente porque se sentía paralizada, con cierto miedo de alcanzar su destino. Dudando si en realidad, el destino se puede alcanzar, o si una vez alcanzado, le sería posible reconocerlo como propio.

Podría ocurrir que estuviera en otra parte de sí misma, contemplando lo oculto. Así, quieta, apresada, sin sentir que no sentía, sin carga que temblara. Y, sin embargo, perdida en su cerebro, otra vida trepaba como fiebre, desde su vientre.

La fiebre subía por encima de sus cabellos. La vislumbraba alta como una nube apretada en feliz sueño. No había duda, en su interior, algo ardía sin remedio.

Nada más, salvo ella y el silencio. Su respiración jugaba a dejarle un temor que no era un temor, una angustia que no era una angustia. Pensamientos que se desvanecían aun siendo tentadores. Caminaba por el filo entre una nueva vida o la nada. Apenas un centímetro y le oía respirar, allá abajo, al fondo, tan lejos, y a la par, tan cerca, dentro del alma. Respiraba, ella sentía una realidad, no un sueño o limbo. Un sentimiento dentro de su mente calmó sus pensamientos. ¿Tomar medidas? pensó burlona para dentro suyo, jamás.

Quien podría decir que nueve meses más tarde, sólo nueve meses más tarde, el amor sería un río que lo enfangaría todo llevándose dudas, soledad o temor.

Tras un alumbramiento arduo y espinoso el autobús se detuvo. Nuevos días colgaban del iris en aquellos ojitos negros. Templaba de nuevo el tiempo al borde de sus manitas. Sólo era levantase y comenzar otra vida. Estaba el arco iris del jardín en las alturas, vigoroso aunque se le apreciara la tristeza gris de un posible invierno, nada comparado con el júbilo de luz en los ojos de una madre.

Inútilmente, quizá inútilmente soñó que daría a luz a los dieciocho años. Alrededor de su cuerpo desnudo se abrazó un niño manchado de nacimiento. Juntos partían hacia un destino incierto. Lloraba el niño. Lloraban los dos por lo desconocido. Era día pleno. Sus dieciocho años habían sido barridos hacia un horizonte extraño. El amor le habitaba el cuerpo, colmándola de gozo al sentir la cabecita redonda del niño sobre ella. Madre e hijo, dejándose mecer por las nubes mientras avanzaban hacia el arco iris en un cielo puro que parecía esperarlos. Se llamaba Cynthia Gallardo pero de él, ella os dirá su nombre.

Con cariño para Cynthia... Engel

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